El individualismo como enemigo del ser humano: crítica económica del modelo actual



Los peores enemigos siempre vienen disfrazados de buenas intenciones… y cómo no hacer uso del engaño cuando son tan perversos. Porque hay doctrinas que se mimetizan con nosotros, que se confunden en nuestro pensamiento y es tan difícil hacerles a un lado que más de uno fallará en el intento. Nos acompañan a lo largo de nuestras vidas y es por ello que no es hasta el momento en que nuestra llama se extingue que comprendemos su verdadero valor.




Pero estoy siendo optimista. La verdad sea dicha, las más de las veces la ignorancia -otra de nuestras eternas compañeras que curiosamente crece mientras más conocemos- nos permite dejar de respirar un poco más felices, sin haber conocido a merced de quién obramos durante toda nuestra vida.




El individualismo tiene muchos aliados, comenzando por aquellos que dicen que es una condición natural del ser humano. Dicen que es una condición biológica, que el individualismo es supervivencia y por tanto que mi persona antes que los demás está justificado y es un hecho comprobado y comprobable en las condiciones más adversas. De nada sirve precisar ejemplos de lo contrario, donde haya decisión, voluntad, sacrificio o algo más; contestarán que las excepciones confirman la regla. Aún así, hay que dejarles saber que al menos para el ser humano, se trata de una elección.




Es tan predecible el individualismo que incluso es un concepto matemático, uno que motiva a no cambiar de estrategia (por ser la más eficaz ante la predicción de lo que escogerán los competidores) y hasta le han dado el nombre de equilibrio de Nash en la teoría de juegos. Pero no tiene que ser así. Así como el equilibrio de Nash es la opción más lógica para cada jugador sabiendo de las opciones que tienen los demás y por tanto, aquella que garantice mayores ganancias –o menores pérdidas-, la verdad es que suele ser la menos óptima para el sistema completo.




El mejor ejemplo del individualismo es la concepción occidental que se tiene sobre la Economía. Y aunque a muchos no les parezca una ciencia en sí derivado del fastidioso problema de delimitar su objeto de estudio, asumiremos que lo es simplemente por existir profesionales que han dedicado su vida a su comprensión. ¡Ah, los economistas! capaces de brindar mil explicaciones -todas ellas congruentes- sobre un fenómeno económico sucedido. Los especialistas en retrospección cuya maldición por generaciones ha sido, según parece, su incapacidad de predecir con acierto y oportunidad aquello que describen hasta que efectivamente ocurre.




Al fin que la condición de ceteris paribus es tan fantasmal e improbable como la mera existencia del libre mercado (sí, un ideal de pleno conocimiento de las opciones disponibles por parte de todos sus integrantes donde además hay libertad de movilidad para elegir; utopía en cuyo pretexto dejan nuestros destinos los gobernantes). La única certeza en los ciclos económicos es que llegan al estancamiento, cada vez con mayor rapidez y donde las ‘vacunas’ impiden una salida rápida del mismo.




Porque la Economía tiene una sola respuesta ante las adversidades, aunque ésta a veces se disfrace de dos, y esa es la deuda. No le sorprenda haberla visto como consumismo pero al fin y al cabo es deuda.




Consumismo es aquello que nos impulsa a tener más y es –aquí sí por naturaleza- una doctrina injusta. Quienes persiguen la zanahoria jamás la alcanzarán, simplemente porque no hay espacio para todos: esta es la parte del sistema que obvia el lector pero donde seguramente cree llegar a ser la excepción a esta ley. El consumismo degrada como personas, nos lleva al nivel de los objetos al tasar nuestra valía en función de lo que poseemos. Tan es mentira que el ser humano sea lo más valioso que el sistema nos define como todo lo contrario, como un commodity: una mercancía abundante, sustituible y que puede emplearse para diversas cosas sin que sea la de mayor valor agregado para ninguna de ellas. Somos materia prima que transforma otras materias primas para generar algo de valor… en gran estima nos tiene el sistema que suelen alabar.




Cuando se acumula, no importa a quiénes haya que arrebatar, pues si a la acumulación no le gusta la competencia mucho menos le agrada compartir. Es más, de todos los premios Nobel (sí, curveado porque no es uno de los galardones originales) ninguno destacó en su obra por tratar los problemas de distribución, a pesar de ser un concepto tan elemental que se aprecia en la definición de esta misma ciencia. Al individualismo no le gusta la distribución y por ello cerca de una cuarta parte de los laureados pertenece a la Escuela de Chicago (recomiendo documentarse sobre estos criminales) y dos de tres economistas son de nacionalidad estadounidense.




Los defensores del capitalismo aseguran que trabajando más se conseguirán las cosas en la misma proporción y por tanto su método de asignación es totalmente justo: nada más falso. Simplemente disfraza el esclavismo y no lo hace muy bien. En México, el país de la OECD donde los trabajadores laboran más horas/semana. De sus poco más de 117 millones de habitantes totales, si los pobres y los vulnerables por carencias fueran reunidos y se tomaran de la mano formando una línea recta serían capaces de dar 4 vueltas alrededor del planeta por el ecuador (considerando como distancia promedio una braza). Más allá de que su trabajo sea productivo o no, tal magnitud de mano de obra debería magnificar la especialización de la misma, así que no, no existe defensa para tal situación.




Es justo decir que hay dos tipos de modelos económicos fundamentales. Uno de ellos asigna valor a las mercancías mediante el proceso científico, mientras el otro lo hace mediante una teoría subjetiva. Una de ellos alude a la Economía planificada mientras que al otro se deja todo al libre mercado a pesar de que haya una condición naturalmente desigual entre los ofertantes y dueños de los recursos -los menos-, sobre quienes sólo cuentan con su mano de obra para intercambiar -que son los más-. En fin, que a uno de estos sí le preocupa la distribución mientras que en el otro existe un fetiche por la acumulación y la desigualdad.




La primera de estas economías es el modelo socialista y la segunda, el capitalista. A simple vista y apreciando la misma definición que ostenta el concepto de Economía, debería ser más sencillo encontrar bienestar bajo el socialismo… pero en occidente se nos ha dicho que el socialismo es ese sucio mal que los despojará de su propiedad privada. Lo peor viene cuando el individualismo fanatiza a los defensores del capitalismo, despreciando al socialismo por prejuicio y sin darle oportunidad siquiera de probarse.




La satanización de la que ha sido objeto el socialismo ha impedido que sea estudiado y corregido en su justa dimensión y por ello es cierto asegurar que dista mucho de ser un modelo ideal, pero también hay que decir que le hacen falta muchas mentes que sean brillantes y sobre todo desinteresadas. Porque asegurar que una es mejor que la otra sin agotar todos los recursos ideales en su respectiva investigación es reducir las cosas a buenas y malas, es decir, en ganadores y vencidos. Cuando se entra en esa espiral la oportunidad de sobrevivir la lleva solo aquella de mayores recursos. Así, la victoria puede llegar aún sin ser justos, a base de engaños.




En América los ejemplos son claros: mientras en La Habana un visitante podría apreciar metidos a la fuerza hasta cinco familias en un mismo hogar –aún y cuando en teoría hay 3 habitantes por cada vivienda- , en los Estados Unidos existen hasta 24 hogares desocupados por cada persona que no goza de un techo. Mientras los alimentos apena son suficientes en la primera nación; en la segunda se cuenta con el mayor índice de obesidad a escala mundial a la vez que una séptima parte de su población necesita de comedores públicos para poder subsistir. Una de ellas sobrevive con todo y bloqueos económicos mientras que la segunda necesita de guerras. Una de ellas ya cumplió con los objetivos del milenio de manera anticipada mientras que la preocupación de la otra es poder justificar su próximo recurso a arrebatar.




Las naciones imperialistas son aquellas cuyo PIB per cápita es el más alto. Pero la estadística es aquel instrumento que hace que cuatro personas sin propiedad cuenten virtualmente con una gracias a que hay una persona con cinco de ellas. Y como el PIB per cápita es injusto, una razón que solamente refleja el promedio, se necesita del coeficiente de Gini para llegar a una afirmación más certera. Aquí la sorpresa es que las economías planificadas tampoco han sido capaces de ser las más igualitarias. Y no es que la Economía sea enemiga del ser humano, pero sucumbe ante el individualismo que sin duda lo es.




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